sábado, 21 de noviembre de 2009

EL POR QUE DE LOS MEMORANDOS

“El derecho a la libre expresión es uno de los más fundamentales, ya que es esencial a la lucha para el respeto y promoción de todos los derechos humanos. Sin la habilidad de opinar libremente, de denunciar injusticias y clamar cambios - el hombre está condenado a la opresión.”


Hace unos días recibí un memorando de mi jefe inmediato. Soy profesora y se me pidió dar la clase de una compañera que estaba enferma y dije que no, que ese reemplazo debían hacerlo las madres de familia que subían cada día a quejarse a coordinación por lo que ellas consideran una mala práctica docente. Tal vez no fue la mejor manera de hacerlo ni era el momento indicado pero quería manifestar mi descontento ante los continuos saltos arbitrarios al conducto regular. Se lo dije a la coordinadora en frente de todos los profesores porque no hay ninguna ley ni ninguna clausula en al contrato laboral que prohíba manifestar las inconformidades. Sin embargo como mi descontento no partía de mi trabajo como docente fui e hice la clase de mi compañera de la mejor manera.


Aun así recibí un memorando con copia a todos los estamentos de la instrucción incluida la hoja de vida por negligencia y desacato a las indicaciones, aunque cumplí con la indicación e hice la clase como se me pidió y aunque en las evaluaciones anteriores y posteriores siempre se me ha valorado mi responsabilidad y buen cumplimiento con mis funciones, ya que nunca se me ha tenido que pedir dos veces que realice una tarea concerniente a mi labor, por fortuna de esto que digo hay constancia.


Se me envía entonces un memorando por hablar, por expresar una inconformidad. Muchas personas pierden su empleo por esto. Y el problema no es de quienes nos expresamos ni de cómo nos expresamos, el problema es de quienes creen que el poder radica en tener un rebaño atemorizado, silencioso y con la cabeza agachada, de quienes piensan que los mejores empleados son los que los siguen servilmente. El problema está en quienes piensan que “jefar” como ellos nombran su función, es quebrantar el espíritu del otro para mantener un status quo aparentemente maravilloso y se olvidan del poder de la queja, se olvidan de que es la inconformidad expresada de una forma o de otra la que genera cambios positivos al interior de las comunidades, cuando es atendida oportunamente.


Sin embargo una forma común de mantener la autoridad y el control en las instituciones educativas es esa, el llamado de atención por escrito que no busca exactamente dar solución al conflicto ni atender una queja con el fin de mejorar una situación sino callar, mantener el control y reafirmar el poder y esto aplica tanto para estudiantes como para profesores y lo peligroso de esto es que el llamado de atención por escrito parte de la rabia de quien se siente retado y se buscan faltas que no existen con el fin de agravar la situación del retador. Callarlo a toda costa y que aprenda quien manda. Resquebrajar su voluntad y ser ejemplificante para que nadie más ose dañar la armonía, lamentablemente yo lo he hecho con mis estudiantes y hasta ahora me doy cuenta de que es necesario buscar otras estrategias.


Es mejor buscar espacios de conciliación donde de forma madura se pueda llegar a acuerdos y solucionar las inconformidades, atender a las quejas o incluso tratar de convencer al otro de que es esa la manera en que las cosas funcionan y también tratar de buscar cambios positivos ya sea en la actitud de una persona o corrigiendo errores de los que uno no se ha percatado, tratando siempre de que el aprendizaje sea mutuo porque callar al otro no es solucionar algo.


Me dieron el memorando y me avergüenzo de haber sido inoportuna mas no de haber hablado, puesto que es mi derecho, ya sólo resta poner en práctica lo aprendido y reírse de un mal día que ya pasó.

LOS MECANISMOS DE LA INFAMIA

Ya perdí la costumbre de ver telenovelas y de leer novelas rosa pues con los años uno va conociendo el mundo y les va perdiendo el gusto, claro que para la edad en que lo hacía por allá a los doce resultaba maravilloso involucrarse en esas historias acarameladas y truculentas dónde los sentimientos se expresaban con tal exageración como nunca había visto antes en mi vida adulta, lo que no implica que viva una vida desapasionada, todo lo contrario quiero estar siempre al tanto de lo que mueve mi espíritu para vivirlo al máximo sin despreciar nada.




Por eso no salgo de mi asombro ante algo que me sucedió ayer. Escuche una frase que me remitió a aquellos tiempos de telenovelas cuando la televisión nos concedía la gracia de escuchar los pensamientos de la villana, la archirrival de topacio o de la fiera, diciendo en su sucio interior: “le haré la vida imposible a esa desgraciada porque Alonso Tiberio de los ríos y Machado es mío…Mío”.



Todo comienza por mi incapacidad para reprimir la risa y para dejar de hacer chistes sobre actitudes y situaciones que vivo y que viven los que me rodean, admito que a veces soy pesada aunque no hay intención oculta sólo el deseo de reír a carcajadas y la mayoría de las veces no cuento con la falta de sentido del humor de muchos. También me cuesta reprimir las lágrimas y reniego de eso porque me gusta la apariencia de dura, pero bueno, es un hecho que la risa y las lágrimas brotan como corrientes furiosas que estuvieron represadas y no hay más remedio que vivirlas.



En el trabajo me gane la antipatía de la profesora de sociales porque me parece cómica la forma en que asume la vida escolar, con esa rigurosidad salida de onda, y durante el año me he reído mucho de ella y de cómo hiperventila cuando está estresada. Al fin que a estas alturas del año cuando se debe asumir el costo de los daños que uno ocasionó por su falta de prudencia, le recordé que ella había roto el crucifijo de mi salón. A ella se le había borrado de la mente, y aunque yo si percibía la mala energía que fluía de ella hacia mí nunca esperé tanta agresividad en su respuesta.


En ese momento hicieron su aparición las lagrimas y como no puede frenarlas fui a coordinación para hablar de lo ocurrido con el crucifijo, como no es común en las escuelas ese día se llamó a una conciliación para evitar dañar el ambiente laboral y en medio de todo lo que se dijo ella afirmó: que yo la molestaba porque ella creía que yo no aceptaba lo que hacía, y que yo pensaba mal de ella, cuando yo le respondí que no me importaba en absoluto su aburrida vida me miro sorprendida. “Bueno, ya no le voy a hacer la vida imposible” dijo. Me dio mucha risa escuchar a una persona pasada de los cuarenta hablando así, pero también me mueve a hacer una reflexión seria.



Lo que me dijo deja en evidencia que durante todo el año nunca manifestó que mi risa la molestaba, pero como una mejicana trató, a mis espaldas, de hacer mi estadía en el colegio amarga. Ponía quejas, intrigaba, y citaba mis palabras interpretándolas como es obvio no a mi favor. Afortunadamente vivo desprevenidamente y tengo fe en la buena intención de las personas y simplemente hago mi trabajo. Sentí la mala energía todo el año viniendo de otros profesores y de la coordinadora pero supuse que estaba paranoica y deseche estos sentimientos, pero hasta ayer me entero de que eran ciertos.



Esta situación irrelevante y fútil se repite con tanta frecuencia y en tantos espacios, aunque domésticos, que se hace necesario hablar de ello. Yo hablo frecuentemente de patologías sociales, en este caso no llegaré a tanto, me limitaré a nombrarlo como un caso extremo de inmadurez cultural y provincianismo desbordado que muchas veces trasgrede los limites y desencadenas tragedias, esto porque cuando el odio se encona se hace una epidemia y termina muy mal para uno o dos o para minorías en otros casos. Las personas que interactúan asumiendo, suponiendo e interpretando desde su interior no muy limpio al parecer por la forma en que actúan, en lugar de aclarar las cosas con quien toca se llenan de malos sentimientos que comienzan a diseminar y llegan no sólo a “hacerle la vida imposible a una persona”, empiezan a generar los mecanismos de la infamia: la intriga, la mentira, el chisme, la confabulación cualquier forma de dañar a otro a sus espaldas para que no pueda defenderse.



Esa inmadurez cultural es tan común en nuestro medio porque las personas temen enfrentar al otro desde la palabra, no tienen claros los argumentos para establecer un acuerdo y en lugar de eso le sonríen con hipocresía y ocultan su mala intención y actúan como si vivieran en una telenovela maquinando a espaldas del otro la forma de dañarlo sin darle posibilidades porque su fortaleza radica en la desprevención del otro. Ese provincianismo en el cual la opinión del otro tiene más peso que la propia y genera rabia que se manifiesta en forma de venganza y en el cual estar solo y actuar solo es mal visto y se unen a cualquiera porque “si no estás conmigo estás contra mí” esa falta de conciencia individual de pensamiento autónomo, la búsqueda desenfrenada de seguidores que fortalezcan la falta de argumentos para dañar al otro.



No es exagerado hablar de infamia porque así han comenzado los actos más ignominiosos de la humanidad, con débiles de pensamiento y carácter que conforman una masa intolerante y sin conciencia que a falta de argumentos validos para construir algo hace mala publicidad de una minoría hasta destruirla y en eso radica todo su poder.

viernes, 20 de noviembre de 2009

TURISMO DE AVENTURA

Lo  que  diferencia   el  turismo  convencional  del   turismo  de aventura es la cantidad de adrenalina que inunda el cuerpo. Para la mayoría de las personas el turismo es cambiar de lugar de rumba, ni siquiera cambiar la rumba en si misma, simplemente irse a un lugar con otro clima y seguir el reventón con ropa mucha más ligera. El turismo de aventura implica riesgo y pone en evidencia la fortaleza que se tiene para enfrentar el medio o su carencia.


Hay otra clase de turismo muy popular de la época y es el que prefieren los que buscan escapar de la exigencia cotidiana del mundo vacio y famélico que nos tocó. Los que buscan la tranquilidad que ofrece la vegetación exuberante, las montañas silenciosas y el agua clara cayendo por un lecho de rocas gigantes. Lo que resulta perturbador es ir en busca de paz y belleza y estrellarse con un torrente de adrenalina que envidiarían los turistas de aventura.



Un fin de semana en Santafé de Antioquia recorriendo los alrededores donde aún es posible observar la naturaleza en todo su esplendor es un sueño. El primer día nos fuimos de caminata en busca del río Cauca, fueron cuatro horas de regocijo en las cuales los ojos y el espíritu se llenaron de una belleza desmesurada. Enormes arboles olorosos cubiertos de enredaderas, corrientes de agua que no tenían nada que envidiar a las esmeraldas y los topacios, arbustos enmarañados que formaban laberintos hasta llegar a un humedal y de ahí el río y más allá el monumental puente de Occidente.


Al día siguiente salimos temprano en dirección a un arrollo en busca de un lago similar al del cuadro de Ofelia ahogada para hacer un video. Hallamos un cañón de rocas enormes incrustado en la cordillera. Caminamos unos minutos entre rocas, era como si el agua se escondiera. Comenzamos a trepar las rocas y llegamos al primer charco de un verde intenso. Seguimos adelante, las rocas eran cada vez más grandes y dificles de trepar, hasta llegar a un lugar misterioso donde el agua cae tenuemente y las rocas forman una cueva que es caja de resonancia para la corriente.

Allí estaban dos hombres jóvenes haciendo clavados. Los saludamos y fuimos amables, pero quedamos inquietos pues uno de ellos tenía una mirada donde se vislumbraba la maldad y en su pie lucía dos agujeros que parecían heridas de bala recientes. Les preguntamos si más arriba era posible encontrar más charcos pues nos incomodaba su presencia. Así se mete uno en la boca del lobo. Nos dijeron que sí y el de la mirada malvada nos advirtió de las culebras. "Las únicas culebras por aquí son ellos", comenté. Y seguimos trepando rocas cada vez con más dificultad hasta que llegamos a un lugar de ensueño.


Una caída de agua cristalina desprendiéndose de rocas de un tamaño aterrador, un charco de agua verde que mostraba su fondo sin pudor y sobre la superficie hojas amarillas y rojas simulando flores. Era el lugar para hacer la toma de Ofelia ahogada. El sonido del agua cayendo llenaba todo el cañón y el sol llegaba a nosotros filtrado por la vegetación exuberante, a lado y lado imponentes montañas escarpadas. Hicimos las tomas, disfrutamos del agua, comimos algo y conversamos de temas que sólo surgen en la soledad  de lugares como aquel que asombran, deleitan, atemorizan y alegran el alma que se torna pequeña y frágil ante tanta grandeza.


Eran aproximadamente las tres de la tarde y la hora de volver había llegado, pues si alcanzar este lugar había sido difícil, el camino de vuelta no iba a ser fácil. Ya nos habíamos olvidado de los dos hombres y bajábamos por las rocas con mucho cuidado cuando escuchamos un disparo. Inmóviles y estupefactos escuchamos el segundo y uno más golpeando contra las rocas muy cerca de la cabeza. Parecían disparos de fusil. Sin pensarlo comenzamos a subir de nuevo por el cañón. Pensé que nos íbamos a esconder tras una roca y que esperaríamos a que todo pasara y a que el corazón dejara de latir ensordecedoramente cuando mi novio me dijo: "vamos a trepar por la montaña".

Mi alma abandonó mi cuerpo por un segundo y me desmoroné. No era posible subir por ahí, pero era mejor eso a enfrentar los disparos que podían deberse incluso a un enfrentamiento entre guerrilla y paramilitares. Comenzamos a escalar por la pared rocosa sosteniéndonos de ramas delgadas y pensé que cambaría la Ofelia ahogada por una anónima Ofelia despeñada. Tenía mucho miedo de caer y rezaba por nuestra vida. Fueron veinte minutos de escalar de una forma en la que sólo es posible cuando el miedo arrastra. Sigamos subiendo, sigamos le decía a mi novio sin pensar a donde llegaríamos, cualquier cosa era mejor en ese momento que enfrentar esos disparos.


Llegamos a una cima donde se erguía de nuevo la montaña y nos sentamos a pensar. Ya no era necesario seguir subiendo pues hacía rato estábamos a salvo de los disparos. Ahora teníamos que buscar una salida y comenzar a bajar por el lado opuesto al cañón del río. Sin conocer el camino de vuelta comenzamos a caminar. No nos sentíamos perdidos porque pensamos, "ahora se trata de bajar a la carretera", era sólo bajar. Sin embargo, así como me atemorizó subir, estaba aterrada al bajar porque si caía, si me rompía una pierna si… además aún podíamos perdernos en esas montañas y aunque era temprano, el tiempo no se detiene a esperar a qe uno este a salvo. Si caía la noche y aun estabamos en la montaña estaríamos en problemas, además todavía estaba dentro de nosotros el miedo a encontrar gente armada o minas antipersona y el corazón seguía latiendo a todo dar, entonces comenzamos a tomar decisiones a gran velocidad, eligiendo una ruta de escape. Yo daba gracias a Dios cada vez que veía vacas o incluso sus excrementos porque sabía que el camino era seguro y comenzamos a seguir caminos de vacas hasta que vimos la carretera y tratamos de bajar pero no había forma porque el lugar queelegimos para hacerlo era una pared de roca. Así que volvimos sobre nuestros pasos para tratar de encontrar otra forma de acceder al camino.

Llegamos a otro cañón de rocas que estaba seco y comenzamos a bajar por ahí con mucho cuidado para no caer y aún temblando llegamos a la carretera. Empezamos a caminar hacia el pueblo y me aterraba la idea de pasar de nuevo por la entrada del río. Cambiamos nuestra apariencia me quité un poncho que llevaba puesto cuando nos cruzamos con aquellos hombres, las gafas oscuras y me puse una gorra, mi novio también hizo lo suyo con la idea de pasar desapercibidos si los encontrábamos. Un bus de transporte intermunicipal nos recogió y nos llevó por muy poco dinero ya que nuestra apariencia decía lo que habíamos pasado, como habíamos escapado de una situación peligrosa. El ayudante del bus nos preguntó con un poco de lástima: "¿de dónde vienen?". Le contestamos que estábamos caminando y nos habíamos perdido. Quizá ya otras veces habían recogido a personas que vivieron odiseas como esta pero más aterradora aún al escapar de la guerrilla.


Llegamos al pueblo con un hambre tal, que seguro era la mafestación de la alegría de estar vivos, mojados y cubiertos de lodo. Luego de una ducha debíamos ir a comer algo y como no queríamos sentir ni un segundo más los zapatos mojados sólo nos quedo la opción de ir en chanclas. Y aunque para mi novio no hay excusa para salir en chanclas esa noche lo hicimos, pues lo único que importaba era estar vivos.  Sólo cuando uno está cerca de la muerte es cuando se da cuenta que cosas tienen realmente valor y que la mayoría de situaciones que uno vive y casi todas las cosas que uno tiene o pierde no son tan importantes. Sólo la vida y vivirla al máximo con quienes uno ama vale la pena.

jueves, 12 de noviembre de 2009

TEQUILA


Encantamiento 64
Te traigo el ojo de Horus, que tu corazón pueda alegrarse gracias a él...
(conjuro pintado en un sarcófago)

Aunque no lo parezca, es fácil hallar consuelo. El corazón es frágil y se rompe sin uno darse cuenta. Los psicólogos hablan con ligereza de traumas y le atribuyen a estos eventos poderes inconmensurables. Todos los seres estamos expuestos a traumas diariamente y la entereza para superarlos es lo que nos construye y nos renueva.

Después de un día duro de trabajo, con la autoestima mellada, llegar a casa y encontrar, en una cuadra solitaria como esa en la que vivo, en la que los vecinos se ignoran y casi nunca se saludan, a unas diez personas reunidas, es lo menos que uno quiere, porque hay días en los que es mejor evitar el contacto humano ya que el trauma del día está aún en carne viva.

Como mi hija hacía parte del tumulto no pude escapar. Trataban de rescatar a una pequeña gata. Los vecinos no escaparon por eso de la extrañeza, casi ni se miraban y las palabras se encaminaban sólo a resolver el problema y a salvar la vida del pequeño animal sin nombre. Este acontecimiento no nos hizo amigos ni empezamos a saludarnos con amabilidad. Después de horas de lucha por atrapar a la pequeña sólo una carcajada conjunta y una mirada complacida, nada más. Nada cambió. Excepto quizás la confianza, porque si el dolor de una gatita despierta la solidaridad y rompe el muro de la desconfianza eso quiere decir que uno no está del todo solo. Hay esperanza si la compasión supera la frivolidad del mundo que a todos, sin excepción, nos ahoga.

La gatita terminó en las manos de mi hija y la llevamos a casa. Aunque la intención era buscarle un hogar esto ya no es posible porque le pusimos un nombre. Tequila. Una gatita tricolor con una particularidad. Su ojo derecho se asemeja a Udyat, el ojo de Horus, que es uno de los amuletos más conocidos del antiguo Egipto y del mundo musulmán actual y que simboliza no sólo la indestructibilidad del cuerpo sino también la capacidad de renacer. Y otorga además a quien lo posee fuerza, coraje y sabiduría puesto que es el ojo mágico de Horus, el ojo que ve más allá de lo que se puede ver, el ojo que se sana a sí mismo y se reconstruye con sus pedazos, el ojo que devuelve la vida a lo muerto.

viernes, 3 de julio de 2009

VIVIR, LEER, ESCRIBIR…


En su articulo “Los libros y la vida”, publicado en El Espectador el 24 de mayo de 2009, Héctor Abad dice citando a alguien que “hay tres tipos de personas: las que viven la vida, las que la escriben y las que la leen” y para ilustrar esta afirmación cita casos extremos que no pasan inadvertidos para nadie, el díscolo de la familia, para no llamarlo el necio, para quien vivir es lanzarse a la vida sin un objetivo y a quien cada tropiezo lo desvía y comienza de nuevo de la misma forma irreflexiva, Borges para quien no era necesario dejar su biblioteca para vivir, puesto que a la vuelta de cada página había mucho más que en las calles de una ciudad y Flaubert, quien escribía compulsivamente entregando el hálito vivificador a cada palabra al punto que al leerlo el libro se deshace y se llega a sentir en la piel la exuberancia de los paisajes. Luego concluye diciendo que para él es necesario leer, escribir y vivir, que no puede realizar la curiosa labor taxonómica que realizó al inicio del articulo con él mismo, pero de una forma frívola afirma que a veces lo leído conduce su vida y llega a imitar a los seres de ficción en sus acciones más simples y da a entender que leer, escribir y vivir son acciones que si bien llegan a intersectarse sólo lo hacen de forma superficial.

Para hablar de esto es conveniente analizar el contexto de las personas. Si nos remontamos a principios del siglo XX, ante la ausencia de los ahora omnipresentes mass media, teníamos personas que dedicaban largas horas a la lectura de novelas de aventura, novelas rosa, tratados científicos y novelas policíacas entre otras y luego con la cabeza llena se aventuraban a la conquista de nuevos mundos. Una vez se tienen los sentidos estimulados hace falta sólo vencer los temores y embarcarse en el navío de la vida siguiendo el ejemplo de héroes que iban tras tesoros escondidos, o a la cacería de monstruos míticos o no tanto, o que buscaban corroborar teorías de especies en continua evolución, que desenterraban los secretos del pasado o que se involucraban en una vida de cortesana. Eran unos cuantos los que vencían sus miedos y dejaban todo atrás para vivir la vida, para dejar de leer los libros y comenzar otras lecturas mucho más estimulantes de las que dejarían testimonio. La gran mayoría, en cambio, cómodamente daban la espalda a los libros y elegían una vida vicaria. Una familia, un amante esporádico, el trabajo regular, congregarse en la iglesia, irse de bares sin dar mucho que hablar y sortear las dificultades normales de una vida tratando siempre de salir airoso y sin mucho pensar, no es necesario pensar demasiado si no se pretende dejar evidencia de lo vivido y no es esto a lo que se llama vivir la vida puesto que hace falta la sazón de la aventura, del descubrimiento, del coraje y la decisión. Los libros en esta época eran ventanas abiertas a una vida diferente de la que el medio proponía y que no era propiamente elegida.

En la actualidad los libros siguen siendo ventanas abiertas, pero son eclipsados por el resplandor de pantallas, hay tanto para ver y se tienen tan pocas palabras para pensar en lo visto. En un mundo donde el paradigma reinante todo lo reduce al gasto. Se consumen imágenes, películas, juegos de video y pantallazos superficiales en la Web, pero encerrados en la crisis económica, el miedo al otro, la seguridad de las unidades cerradas, la sobreprotección culpable de padres inoperantes y la ausencia de palabras porque la vida la hacen las palabras, el tedio de la vida prestada no deja opciones sanas y mucho menos si lo que se entiende como vivir la vida es vivir al margen de la vida, gastar la vida para no vivirla, evadirla, olvidarla. En tal abundancia escasean las opciones, y mejor que vivir es heredar la vida de nuestra madre sin tener la entereza para soportarla o mejor apoderarse de la de nuestro padre y dar la espalda a la vida ahogándose en el trabajo, pues si consumir es la consigna es bueno satisfacer cada necesidad impuesta y como disfrutar, en nuestra época es sinónimo de poseer así se vive la vida yendo de compras. O mejor con el cerebro en silencio y ávido de imágenes queda otra opción, alucinar. Vivir la vida en viajes improductivos que desgastan el cuerpo en silencio y matan en el anonimato.

Para vivir es necesario leer y si se vive es indispensable escribir, posición para nada radical, puesto que escribir no implica necesariamente publicar y leer no es citar autores a los cuatro vientos para vanagloriarse del conocimiento adquirido. Leer y escribir son herramientas para vivir de verdad la vida, la vida que uno escoge y que decide como vivirla. Porque al leer y al escribir es cuando uno se apropia de verdad de la facultad que humaniza el habla y hablar está a años luz de parlotear. Cuando uno lee aprehende las palabras que le permiten entender el mundo, y es cuando se plasman esas palabras en un papel sin pretensiones cuando uno vive realmente porque ha elegido como hacerlo sin doblegarse ante las engañosas propuestas del medio y sus concepciones de lo que es vivir la vida.